LA ALMADRABA

Almadraba de Hércules (Cádiz), grabado del siglo XVI
Almadraba de Cádiz, grabado de Hoefnagel, siglo XVI

          Cuando comienzan los calores del estío vienen de los mares septentrionales grandes y copiosos golpes de atunes (es el término con que las gentes de la mar nombra las manadas de ellos) a desovar en las impetuosas corrientes del estrecho gaditano, haciendo su tránsito y pasaje cercanos a las costas de España por venir de ordinario en su seguimiento unos peces llamados espadas que hacen gran destrozo en ellos. En otros tiempos, cuando era menor el tránsito de embarcaciones que venían a la bahía de esta ciudad de Cádiz, entraban estos golpes de atunes por la boca de la misma bahía y se metían a desovar en las corrientes del brazo de mar que divide estas islas de la tierra continente (donde hoy está el puente de Suazo). Pero después que los ha asombrado y ahuyentado el mucho número de embarcaciones que entran en esta bahía, dejando este camino y pasaje y torciéndolo desde Rota, atraviesan por delante de la isla.

 

          En esta ocasión, pues, que los atunes pasaban cerca de esta isla estaban prevenidas personas que desde unas atalayas o palos muy altos reconociesen los golpes que de ellos viniesen, lo cual echaban de ver por ciertas manchas que hacen en las aguas del mar, a que los naturales llaman tintor... y avisando entonces desde aquel sitio con alguna seña a la gente de mar y tierra que salían en sus barcos al encuentro con una gran red que comúnmente llaman sedal, que les ponían por delante, y detenida de este modo su veloz carrera, por ser peces sumamente tímidos, echándose después entre ellos y el sedal otra red más espesa en sus mallas y fuerte que ahora llaman cinta gorda, de la cual van tirando desde la orilla con gran número de gentes, los reducían y mataban con este género de fisgas y tridentes que la medalla dibuja, siendo sin duda éste el modo más común que los antiguos hubieron de tener para herirlos y matarlos.

 

ANTONIO RAMÍREZ DE BARRIENTOS

Elucidario de las medallas de la Ciudad de Cádiz

 

 

Moneda romana acuñada en Gades
Moneda romana acuñada en Gades

bebo tu espalda igual que posa un ave

su sombra sobre un buque mi boca

rema a su antojo un mar de piel salada

y llega el sueño y me encuentra

prendido a tu cintura

como atún a la red de la almadraba

Estrecho de Gibraltar, grabado

un mapa de agua escrito

un camino dibuja hacia la muerte

si la especie sucumbe con la ola

siguiendo su línea transversal

si a acoplar van dispuestos

macho y hembra la aleta

sin más rumbo que el ciego

instinto que les guía

si el universo tiembla con cada pez

que muere

a ras de costa

nadie sabe sino el mar un mar

que guarda celosamente sus secretos

y arroja a la diáspora

surcan el verde del océano

espuma enlazan con sus bocas

aletas hacia la costa enfilan

déjanse guiar por la marea

 

a la bajamar deslizo el cuerpo

tan húmedo tu mar

el atún de mi cintura

nadando a contracorriente

casi se ahoga

Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte

 

Vicente Huidobro

 

 

no saben qué estrella lleva las riendas

qué mano sumerge el mar y lo desnuda

si los pájaros sacuden la costa

de labio a labio

la arena derritiéndose en las fauces del mar

cangrejos por las ingles

el sexo brujulea sabiamente sin perder

su Norte escora el corazón

como un buque aventando la tormenta

no saben los peces que el sedal

parte la carne como el amor y escuece

no saben y se adentran

un cuchillo de sangre

una agalla salada

una escama

una rosa

azul

 

en los mares del Sur un pez espada crujía las aletas

cercenaba un abanico de atunes

sutil la neblina robando

la blanca carne de amor desguazada

Los otros cuchillos no sirven. Los otros cuchillos son blandos y se asustan de la sangre. Los que nosotros vendemos son fríos. ¿Entiendes? Entran buscando el sitio de más calor y allí se paran.

 

Federico García Lorca

 

 

Almadrabas del Sur, donde el amor rebulle cálido

y gozoso buscando el tacto de los ciegos y

cada ola trae un chocar de dientes, atunes y cuchillos.

Desde el mirador los peces parecían una bandada

morada de patos voladores, una nube

la espuma del mar.

El poniente arribaba carne mortal a la costa.

Preparados los barcos, el acero, libre ya la red

del invierno, la temporada apremia.

Un viejo marino escruta con ojillos quemados

por la sal. Al horizonte una aleta, dos, tres,

diez, cientos de ellas palmoteando el agua.

Salvaje la caza se presenta. “Ya están ahí”, se oye.

Al mar van deslizándose barcazas, olor a brea

y madera recién pintada,

a estribor despliegan la red de quilla a quilla.

Cercada la puerta del mar, no queda escapatoria

para los atunes que avanzan a pecho descubierto.

La batalla lista a empezar de un golpe de mar a otro.

La marea aguijonada por el reflujo, el reflujo por la marea, carne de amor henchida y deliciosamente doliendo.

 

Walt Whitman

 

 

enloquecen sus carnes en medio de la lucha

olor a sal y cuchillo lloran

salpicando la espuma y la sangre

a la par

a desovar iban las hembras y agonizan

a desovar y la especie se descarna

en báquicas ceremonias de muerte

 

nadie llora al pez muerto sino el mar

Hay atún que ha menester diez hombres para sacarlo arrastrando de la mar a la tierra; es cosa de ver los golpes que estos atunes dan con la cola y cabeza en tierra hasta que mueren y ver el agua tinta en sangre. Tienen estos atunes comúnmente de ocho a diez pies de largo y más y menos. Hay pocos que una carreta no los puede llevar. Péscanse aquí en estos meses cincuenta o sesenta mil atunes.

 

Pedro de Medina

 

 

todo el mar un cementerio

lleno de la dulce mortaja

de amor entre carne y acero

 

redes manos camisas tintas

tras la emboscada

a sangre fría

atunes ensangrentados

dicen que fue el destino

una turbia corriente que arrastraba a los peces

todos derechos hacia un punto

imantado en el litoral

ninguno sabía lo que allí le esperaba

iban al amor y encontraron

la peor de las suertes

el frío desamor de un cuchillo

entrega incondicional

          Pasó por todos los grados de pícaro, hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterre de la picardía. ¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios, pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza de Madrid, virtuosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo de este nombre pícaro! Bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí, allí está en su centro el trabajo, junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, la hambre pronta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega, y por todo se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van o envían muchos padres principales a buscar a sus hijos y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida, como si los llevaran a dar la muerte.

 

MIGUEL DE CERVANTES

La ilustre fregona

Nota de autor:

 

Escribí La almadraba en Cádiz, en 1985, como un poema integrado en el libro Felina calma y oleaje, pero finalmente lo desgajé de ese libro y se publicó como plaquette independiente.  

Fue editado en Madrid en 1986, por El Crotalón & VLTISMo. La tirada fue de 177 ejemplares numerados. (I.S.B.N. 84-86163-38-2)

 Como es un poemario muy difícil de encontrar, años más tarde lo recogí íntegro en la antología Juegos reunidos (1984-2004), eliminando los textos de Antonio Ramírez de Barrientos y de Miguel de Cervantes.


 

Almadraba de Conil (Cádiz), grabado
Almadraba de Conil (Cádiz)