MERCEDES ESCOLANO

 

 

NO AMARÁS

 

 

 

          La realidad no es una metáfora; la realidad no es lo que deseamos que ocurra, sino lo que ocurre con naturalidad, sin artificio, con líneas puras y sencillas. Por eso nos desilusiona y continuamente la imaginamos maquillada, más sugerente, llena de extraños brillos que logren cautivarnos. Los poetas mentimos porque, conscientes de que la realidad no logra convencernos, hemos optado por engañarnos – y de paso engañar a los lectores, haciéndoles creer lo que no vemos, lo que no palpamos, lo que no sentimos –. Resulta una mentira piadosa. Y gracias a ella una ingenua felicidad nos ilumina el rostro. Llegamos a creernos nuestras propias palabras, maquinamos situaciones, personajes, decorados de cartón piedra, luminotecnia, diálogos verosímiles, escenas inquietantes que hablan de esos otros “yo” que habitan en uno... pero todo resulta absurdo: el juego siempre es el juego, con sus reglas estipuladas de antemano.

 

          Durante unos instantes – el tiempo que tardamos en leer un poema – hemos caído en la trampa. El poema nos sedujo; su belleza nos ha transformado en seres más bellos; su credulidad nos ha hecho más crédulos; su espíritu nos ha contaminado, invadiéndonos. La habilidad de un poeta está en saber engatusar al lector y conducirlo hacia un territorio imaginario que, sin embargo, conecte con su intimidad, en conseguir que el lector se sienta reflejado en la aparente ficción de un poema.

 

          Hagamos una prueba. Por favor, imaginen que están en mis manos. Ustedes son mis cartas marcadas, mis personajes, figuras de papel que voy a recortar con tijeras caprichosas. Algunos estarán situados en la calle, paseando sin rumbo, y observarán minuciosamente cuanto les rodea. Otros se asomarán por las ventanas desde el interior privado de sus casas. Un tercer grupo acudirá a los cafés y, en mesas solitarias, mirará a los demás clientes, compartirá desde lejos su alma. ¿Se imaginan ya? Pueden elegir en cuál de estos tres grupos se encuentran. Son ustedes los que van a entrar en mis poemas y salir de ellos cuando la palabra cese.

 

          Recuerden: la realidad no es una metáfora.

 

 

(Texto leído en la presentación de No amarás, Cádiz, 2001)