MERCEDES ESCOLANO

 

 

EL LADO FEMENINO DE MARIO BENEDETTI

 

 

          A veces recordamos a las personas que amamos por pequeños detalles, muchas veces insignificantes: el tono de su voz, una frase que acostumbraban a repetir, un modo especial de sonreír, un objeto personal con el que las identificamos (reloj, pluma, corbata…), o una anécdota.

 

          Alguna vez he referido esta anécdota a mis amigos, pero no viene mal que hoy la cuente de nuevo, hoy que estamos envueltos en la tristeza de haber perdido a Mario Benedetti. Y seguro que él se ríe “allá en el otro mundo” al leer estas palabras mías.

 

          Era el verano de 1990, exactamente los primeros días de Agosto. Un grupo de escritores fuimos invitados a un curso de verano de la Universidad Hispanoamericana Santa María de La Rábida (Huelva) por el narrador argentino Daniel Moyano, que entonces vivía exiliado en España. Siempre me sorprendió la generosidad de Daniel para conmigo, pues por entonces yo tenía 26 años y, aunque contaba con varios libros de poesía publicados, no estaba a la altura de los demás conferenciantes, que eran escritores muy afamados. Creo que no hace falta que diga que era la primera vez que yo daba una conferencia y andaba bastante nerviosa, sobre todo por quedar bien con el director del curso.

 

          El mismo día de la semana coincidía la intervención de Mario Benedetti y la mía: él por la tarde, yo por la mañana. Pero se me acercó Mario el día anterior para pedirme que cambiásemos los turnos, pues a él le gustaba echarse una siestecita después de comer y con ese horario le resultaría imposible. Como yo no tenía ningún inconveniente en cambiar la hora, acepté, y a la tarde siguiente me encontré con que el auditorio que me esperaba era el que supuestamente esperaba a Benedetti, sobre todo periodistas y personas que habían llegado de Huelva con algún ejemplar en las manos que querían que Mario les dedicara. ¡Qué lástima, pobrecillos!, pensé, se van a llevar una desilusión enorme.

 

          Y cuál fue mi sorpresa cuando se me acerca una jovencita que trabajaba para un periódico onubense –haciendo sus primeras prácticas, evidentemente- y mirándome tímidamente me pidió permiso para hacerme una entrevista para su periódico. Como aún quedaban unos cinco o diez minutos para que comenzara el acto, acepté encantada. Entonces sacó su bolígrafo Bic y una agenda de bolso. Me miró de nuevo para cerciorarse de lo que tenía ante sus ojos y me preguntó de súbito: “¿usted es Mario Benedetti?”

 

          Creí que me iba a morir de la risa. Estuve tentada de decirle que sí y contestar con gesto travieso todas y cada una de las preguntas que tenía preparadas en su agenda, imaginando qué respondería Benedetti a cada una de ellas, pero no fui capaz de usurpar su personaje, y menos ante aquella periodista tan… ¿ingenua? ¿desinformada? ¿cegata? ¿absolutamente idiota?

 

         Desde aquel día he recelado de los periodistas y, en especial, de los que hacen prácticas en verano. ¿Tan mal preparados han salido de la facultad o es que les hacen falta unas gafas graduadas ante tanta miopía? Cuando se lo conté en la cena a Mario Benedetti no paró de reírse un buen rato. “Es la primera vez que me confunden con una mujer tan linda… ¡y tan joven! ¡Y yo que creía que lo había oído todo! Usted será mi musa en adelante, mi otro yo, el lado femenino que llevo buscando desde siempre”. Y luego, cuando ya por fin se nos pasó la risa, me confesó: “Ha hecho usted muy mal, tenía que haberse inventado un montón de mentiras en mi nombre. Entrevistas así son las que de verdad gustan a la gente y las que traen de cabeza a los críticos literarios.”

 

          Tanta humanidad, tanta sencillez, tanta ternura nos ha regalado Mario Benedetti a lo largo de sus muchos años de escritor, que es difícil olvidar cuántos momentos entrañables hemos pasado en su compañía, leyéndole, admirándole, disfrutando. Y para quienes lo hemos conocido en persona, se nos hace difícil olvidar el color de sus ojos, su acento uruguayo, el timbre de su risa y, sobre todo, esa mirada suya tan pícara, de niño grande a punto de cometer una travesura.

 

 

(Artículo publicado en el diario La Voz de Cádiz con motivo de la muerte de Mario Benedetti, a modo de homenaje).